Día 11. Una película que te hizo pelear con tu amor

Recuerdo perfectamente una discusión que tuvimos porque yo le decía a mi marido que debía ver Trainspotting y él me decía que simplemente no estaba interesado en verla. Yo argumentaba que no la debía descartar de plano, que era una de esas películas que simplemente hay que ver, al menos para saber de qué se habla cuando se comenta, y es algo que se hace a menudo, pues sin duda es uno de los filmes más importantes de los años noventa.

Como se hace evidente, a mí me encanta, me gusta la adaptación que hacen John Hodge y Danny Boyle de la novela de Irvin Welsh, creo que consiguen capturar el espíritu sin apegarse en exceso a la anécdota, como debe ser. Las actuaciones son excelentes, en especial las de Ewan McGregor, Ewen Bremner y Robert Carlyle, en sus papeles de drogadictos felices y complejos, llenos de matices y contradicciones. Cinematográficamente también es muy interesante, tanto la fotografía como la dirección de arte son de una congruencia absoluta, y los efectos especiales en las escenas surrealistas son perfectos.

Lo mejor es la recreación del bajo mundo de Edimburgo -una ciudad tan hermosa de la que se descubre un lado tan oscuro-, la posición nada moralista ante el problema de la drogadicción, la postura de Renton ante la vida, su escogencia de la heroína en vez de los lugares comunes, las trampas y mezquindades de todos personajes. No es nada apologética, pero no juzga, muestra todas las posibilidades -la muerte, la mafia, la desintoxicación, la supervivencia- sin casarse con ninguna, sin considerarlas mejores ni peores.

Al fin, pues, logré convencerlo, pero igual terminó diciendo que no le parecía gran cosa. Para gustos, hay mil películas distintas. Por lo menos quedé tranquila de que ya -así sea sin argumentos- pueda decirme que no le interesa, pero después de haberla visto.