Día 67. La mejor película argumental basada en hechos de la vida real

Todas las películas, de una u otra manera, están basadas en la realidad. Como tan a menudo les insisto a mis estudiantes, incluso cintas como El rey león, Cars o El señor de los anillos no hacen otra cosa que hablarnos de la realidad que nos rodea, de la vida humana, de los sistemas sociales, de las relaciones entre personas y con el entorno. Lo que pasa es que, muchas de ellas,disfrazan la realidad de fantasía, cuentan la verdad como si fuera una fábula. Cada guión se inspira en hechos reales, toma unas cosas de aquí y otras de allá, las maquilla, las disfraza, las transforma, las moldea hasta convertirlas en algo nuevo. Y hay muchas formas de contar la realidad. De eso se ha ocupado en buena medida la teoría del cine justamente.

Sé que parecería que me estoy saliendo por la tangente, pero no es así. Uno de los movimientos cinematográficos que más se preocuparon por esa relación del cine con la realidad fue mi preferido: la Nouvelle Vague. Y dentro de esta nueva ola se destacó desde un principio François Truffaut, quien entre su filmografía realizó un ciclo de películas especialmente interesante, con un protagonista que era ni más ni menos que su alter ego, llamado Antoine Doinel e interpretado siempre por Jean-Pierre Léaud. De esta manera, Truffaut habló de sí mismo, de sus problemas, sus preocupaciones, su vida y su mundo en cinco largometrajes y un corto (que hacía parte de una película compuesta por cinco fragmentos de muy diversos directores, llamada El amor a los veinte años).

Toda esta serie de películas semiautobiográficas aplica, entonces, para este día del reto, pues se basan libremente en hechos reales, vistos de una manera subjetiva pero inapelable. Aunque si he de escoger una sola, me quedo, cómo no, con la inaugural, la enorme y clave Los cuatrocientos golpes(Les quatre cents coups), que narra las aventuras y desventuras de Antoine a los quince años. Da cuenta de su vida colegial, sus escapadas a cine, su difícil situación familiar, sus líos de adolescente rebelde, la institucionalización a la que fue sometido, y todo ello de una manera espléndida, con una mirada cercana, lúcida, una plasticidad increíble, una forma de hacer cine hasta entonces desconocida, que renovaba por igual la herencia del naturalismo francés y del neorrealismo italiano y lograba hacer parecer que se estaba viendo un trozo de realidad en la pantalla.