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Día 66. La mejor película fantástica


Este es un género extraño, que me gusta, pero es demasiado amplio, así que caben también demasiados bodrios. Prefiero por mucho la ciencia ficción, que a menudo se cruza con la fantasía, pero que suele ser más limpia, y a menudo más profunda, aunque me encanta incluso en sus versiones más superficiales, solo por la estética futurista, sea optimista o distópica.

Si no hubiera elegido ya Las aventuras del Barón Munchausen para el día del cine de aventuras, probablemente sería la película de la que hablaría hoy, así que me toca ir más lejos. Me cuesta decantarme entre El gabinete del doctor Caligari y La novia de Fankenstein, dos películas fantásticas en los dos sentidos de la palabra. El comienzo del expresionismo cinematográfico alemán y la plena edad de oro de Hollywood, aparentemente tan distantes, generan cintas con una estética cercana y tramas terroríficas basadas en monstruos manejados por mentes brillantes pero siniestras.

El gabinete del doctor Caligari, película de 1919, de Robert Wiene, inaugura el movimiento expresionista con la historia del sonámbulo Cesare, manejado por el psiquiatra Caligari que lo lleva como fenómeno de feria en feria, donde aprovecha para cometer crímenes que quedan impunes. Con unas imágenes punzantes, en un blanco y negro virado según el momento del día y la intención psicológica de la trama, unos decorados pintados y llenos de ángulos, un maquillaje exagerado y una actuación fuerte, los personajes del doctor y su vasallo dormido son de una fuerza inusitada, algo verdaderamente increíble y poderoso. Lamentablemente, respecto al guion de Carl Mayer, el prólogo y el epílogo añadidos por Wiene convierten la fantasía de la historia en las alucinaciones de un loco recluido en el sanatorio, lo cual le resta fuerza narrativa, pero visualmente se sostiene de principio a fin, y los intertítulos son diseñados de tal forma que son un complemento visual, más que una interrupción de la imagen.

Por su parte, La novia de Frankenstein, segunda entrega de la saga realizada por James Whale, estrenada en 1935, da continuación a la historia inventada en el siglo XIX por Mary Shelley. Ahora el monstruo, desesperado en su soledad, le pide al doctor que lo ha creado, que le dé una compañera. Mucho mejor construida, de una belleza singular, el engendro femenino es muy distinto al primero, y se niega rotundamente a emparejarlo. Con una narración siniestra, una fotografía oscura, llena de contrastes y juegos de luces y sombras, heredera precisamente del expresionismo alemán, es una cinta memorable.

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