Andrea, cine y literatura

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Al otro lado de la puerta


*Publicado en la revista Fahrenheit 451, 6° número, 2013, escrito hace 20 años.

© Andrea Echeverri Jaramillo

Empieza a filtrarse un sutil rayo de luz azul por la ventana. Se percata entonces de que no ha dormido otra vez; sin darse cuenta, pensó toda la noche, pero, como siempre, nada queda claro. Y lo invade esa desidia lúgubre, la misma de ayer, de anteayer, de la semana pasada. Enciende la radio y se intenta dejar llevar por la música, pero sigue pensando, infravalorándose, diciendo para sus adentros «No, mentiras, soy un verraco», con la certeza secreta de que este día va a ser igual, de que nada va a pasar.

Y el día transcurre, y dicta sus clases, discute con la Martínez, quien de nuevo, inteligente, refuta sus planteamientos, no tan bien como para dejarlo como un estúpido delante de los demás alumnos, pero sí haciéndolo sentir terrible por dentro… y lo peor es que esa sardina, aparte de brillante e irreverente, es atractiva, y eso lo enerva.

Y en la revista nada va mejor. Imprimieron mal un título, pusieron al revés la foto de un cuadro, y al cerrar edición, aunque considera que su escogencia de los artículos es bastante acertada, y sabe que el central logrará generar polémica, descubre que por quinta vez se ocupó tanto de la armada que tampoco hay ningún texto suyo en ese número…

Y de nuevo le toca esperar a Angélica, nunca aprenderá a ser puntual, y se enfurece, como todas la veces, mirándola agriamente cuando llega, la misma mirada de todas las citas, pero ella siempre trae una excusa, y sonríe; viene con una anécdota qué contar, algún libro o artículo para mostrarle y su ánimo optimista que sostiene esa relación sin sentido. No entiende cómo puede seguir enamorada…

Van al apartamento de ella, comen, hacen el amor. Pero el amor ha dejado de ser aquello que lo hacía sentir de esa forma tan especial, que lo apartaba de sus libros, que lo desconcentraba en clase, que le daba un sentido distinto a la existencia. Ahora es algo rutinario; no sólo con Angélica, cada que hace el amor le queda un vacío insondable. Tras sus ruegos, acepta quedarse a dormir en el apartamento de ella.

Está cansado. El abrazo de Angélica le proporciona un calor agradable, pero no consigue conciliar el sueño sino por momentos. Ese descubrir que está pasando el tiempo, que el tiempo pasó, que tantos proyectos vitales y creativos que lo acompañaron por lo menos durante los últimos veinte años no llegaron a estructurarse, que aparte de ser un buen profesor, decente escritor, bueno, sí, tal vez muy buen editor, con una posición estable y respetada, con una mujer hermosa, inteligente y deseada al lado, y otras cuantas esperando una llamada, no había logrado nada grande en su vida, que cinco años después de que muriera nadie se acordaría de que existió. En verdad no era lo suficientemente lúcido, no había traído a la luz ninguna teoría que hubiese roto un esquema, que revolucionara algún campo… Ese descubrir que se acaba la propia historia sin que pase nada no es más que la forma de reconocer que se está vivo, pero, ¿para qué? ¿No da lo mismo estar en otra parte, o no estar, o ser otra persona? El hecho de existir no trastorna la realidad.

Cuando Angélica lo despierta, se da cuenta de que se le fue otra noche entre las manos, y de que desperdiciará el día que le es entregado. Mientras ella prepara el café, sin que lo note, se va, decidiendo, sin fundamento, que no va a volver. Que tampoco dará clases, ni irá a la revista, ni se encontrará para almorzar con esa inquietante escultora que conoció la semana anterior.

Sin ser muy consciente de sus actos, compra un pasaje de avión para un país asiático; sabe que tiene en su poder todo -sí, ¡todo!- el dinero del préstamo para la revista. Va por su pasaporte y algunas cosas. Tiene una larga tarde de espera antes de irse, por fin, a donde nadie lo conozca, ni lo respete, ni lo aniquile. Y siente, por un corto instante, esa sensación maravillosa e ilusoria de expectativa, de creer que se tiene todo por delante.

Un comentario el “Al otro lado de la puerta

  1. Juan Pablo R. Salazar
    enero 29, 2013

    Gracias

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