Así como disfruto casi siempre de la pantalla grande, también me he arrepentido más de una vez de pagar la boleta. La última vez que me pasó fue con Mundo surreal (Sucker Punch), una película que prometía, si no en argumento, al menos sí en estética, y fue una decepción total.
A pesar de haberme ya negado a ver 300, pues no me gustó para nada la sanguinaria propuesta, llegó Watchmen y me encantó, así que le di una oportunidad a Sucker Punch, en plan vacacional con amigo a bordo. La historia es un desastre, la más machista del mundo -disfrazada de lo contrario, como suele suceder-: las mujeres son objetos sexuales que se maquillan hasta la saciedad, se ponen la menor cantidad de tela posible en su escasa ropa y se encaraman en unos tacones inverosímiles para dedicarse a echar bala a cuanto enemigo se les atraviese, en el ya manido estilo de niveles de sueño, en el que cada vez las amenazas son más fuertes y el despertar más difícil.
Y para colmo, el estilo visual se pasa de estilizado a recargado, abusa de los claroscuros y contrastes de luminosidad y saturación, la música es estridente y el montaje no tiene nada que aportar a la pobre narración. En fin, un desperdicio de tiempo, pantalla y dinero.
Varias, ahora mismo recuerdo «Todos los caballos bellos» con Penélope Cruz y «Los Otros» de Almenabar
Acabo de leer un reportaje sobre la última película de Meryl Streep y me acordé de «Kramer contra Kramer» una película que nos aconsejó ver un profesor y que cuando fuimos al cine nos aburrimos mortalmente, y eso que fue la película que hizo a Meryl Streep y a Dustin Hoffman conocidísimos en España.