Día 50. La mejor película colombiana

Este puede ser uno de los mejores días del reto para mí. Soy amante e investigadora del cine colombiano, y si bien no puedo preciarme de haberlo visto todo, pues tengo algunas lagunas, unas por falta de posibilidad y otras incluso intencionales -como muchas de las producciones de Dago García estrenadas en cada navidad y películas por el estilo- veo todo el que puedo, lo que se estrena comercialmente o va a los festivales que frecuento.

El cine colombiano, como toda cinematografía, es variable y complejo. Hay cintas buenas, malas, regulares, interesantes, fallidas, pero se trata hoy de la labor más difícil, elegir la que, desde mi punto de vista, pueda considerarse la mejor de todas. Considero que el cine hasta los años sesenta, e incluso dos décadas más adelante, fue muy ingenuo.

Por supuesto hubo cosas interesantes, y además ahí abundan mis baches, pero lo que conozco me parece interesante pero precario. La primera película que se reconoce como «adulta», por decirlo de alguna manera, es El río de las tumbas, de Julio Luzardo, pero sigue siendo una narración simple, con falencias, que tras mucho oír hablar de ella cuando por fin pude verla me decepcionó en gran medida , sobre todo por la baja calidad de la actuación, aunque reconozco algunas imágenes hermosas y ciertos momentos muy impactantes. Luego se destaca Cóndores no entierran todos los días, de Francisco Norden, de nuevo un drama político, mucho más redondo, conuna fotografía impecable y bastante bien actuado. Y más adelante surge el director que, a mi modo de ver, es el mejor de la cinematografía nacional: Víctor Gaviria, con su trilogía Rodrigo D: No futuro (1990), La vendedora de rosas (1998) y Sumas y restas (2004), que es una radiografía de la realidad marcada por la pobreza, el sicariato y el narcotráfico en Medellín .

Elijo la tercera de ellas como la mejor cinta colombiana porque es la más depurada, la más redonda y sencilla de las tres. Quizá no tiene la poesía de la primera, los colores y la estética delirante de la segunda, pero la técnica alcanza su mejor nivel, la historia se cuenta con mucha precisión, las actuaciones son soberbias y el argumentos es súper atrayente: Santiago es un ingeniero de clase media alta que casi por casualidad acaba involucrado con un capo medio de la mafia, que lo introduce cada vez más en un mundo de plata fácil, diversión y negocios sucios que le pasa una dura cuenta de cobro. Lo interesante es que la pregunta central de la película tiene que ver con la lealtad, el enfrentamiento de valores, los afectos, logrando una profundidad inusitada.

Por supuesto hay muchas otras películas que me gustan: las de Felipe Aljure, La gente de La Universal y El colombian dream; La mansión de Araucaíma, de Carlos Mayolo; Apocalipsur, de Javier Mejía; Kalibre 35, de Raúl García Jr.; El vuelco del cangrejo, de Óscar Ruiz Navia, Los colores de la montaña, de Carlos Césas Arbeláez; Silencio en El Paraíso, de Colbert García, y algunas más. Pero definitivamente, tras pensarlo por un rato, me quedo con Sumas y restas, un filme a la altura de cualquier festival del mundo.