Día 52. La mejor película europea

Europa ha dado, para mi gusto, el mejor cine del mundo: las joyas que se han filmado en Francia, Italia, Alemania, Inglaterra, España, Polonia, Rusia, Suecia, Dinamarca, etc. no tienen fin, de todas las épocas, de todos los estilos, en general lejos de los géneros en el sentido clásico, aunque haya comedias, dramas, cine negro y demás. Es el cine -si valen las generalizaciones- más profundo, más rico en matices, que trata al espectador de manera más directa, pidiéndole mayor participación, no solo emotiva sino intelectual.

Usualmente me gusta el cine proveniente de Europa, cuando llega el festival Eurocine es uno de los mejores momentos del año para mí. Elegir, pues, una sola película de este continente es tremendamente difícil. Entre mis películas preferidas, una buena cantidad son del viejo mundo. La que se me viene a la cabeza, si bien no es la primera de la lista, la siento tremendamente europea, se siente la atmósfera, la vida, las lenguas que cambian, y sobre todo el espíritu del continente: se trata de una de las mayores maravillas del siglo XX: El cielo sobre Berlín, también conocida como Las alas del deseo (Der Himmel über Berlin), la película de Wim Wenders de 1987, que cuenta de la manera más poética y filosófica posible, al mismo tiempo, cómo un ángel se enamora y se convierte en humano.

Una hermosísima reflexión sobre el amor, el sentido de la vida, las pasiones, el apego, el dolor, que se vive de la mano de Damiel -un maravilloso Bruno Ganz-, uno de los ángeles que cuidan a la gente en una gran ciudad, que vive en total armonía y ecuanimidad, sin preferencias ni afectos, hasta que empieza a acercarse a Marion -Solveig Dommartin- una trapecista bastante existencial, lo que lo lleva a ver el mundo y las personas de otra manera, y llegar a desear, y luego a coseguir, pertenecer al mundo de los vivos.

Para mí no existe un momento más hermoso en toda la historia del cine que cuando, estando Damiel en el cuarto de Marion, oyendo el discurrir de la mente de ella que piensa sobre el amor, él empieza a sentirlo y Wenders lo comunica de la manera más sutil y bella posible: del blanco y negro que representa la ecuanimidad del ángel da paso a un color deslumbrante de cuando la emoción aflora en él de esa manera. Así contado no parece gran cosa, pero es una de las cosas más impresionantes de vivir en el cine.

La película tiene una especie de segunda parte, Tan lejos, tan cerca (In weiter Ferne, so nah!), bella también, pero para mi gusto no tanto como la primera, y un terrible remake norteamericano, Un ángel enamorado (City of Angels), que se queda con la anécdota pero pierde todo el sentido que hay detrás, la reflexión y la poesía.