Día 55. La mejor película asiática

El cine asiático es vasto e interesante, diverso y complejo, pero he de confesar que no lo conozco tan bien como al occidental. Tengo claramente dos directores preferidos de Oriente, uno clásico y otro contemporáneo -por encima de otros que también me encantan, como Kurosawa, Naruse, Yimou, Kitano y demás-: se trata de Yasujiro Ozu y Wong Kar-Wai. De este último ya he hablado un par de veces, así que me decanto por el maravilloso y prolífico realizador japonés, muerto en 1963.

Las películas de Yasujiro Ozu son de una belleza inigualable, minimalista, sencilla pero inmensamente cuidada. La cámara, siempre a la altura del piso, muestra desde la quietud cómo se desarrollan los acontecimientos como si fueran inevitables. Una posición que tiene tanto de marca estética y estilística como ideológica, pues de algún modo está representando a la tradición oriental de sentarse en el piso para compartir, en contraposición a la modernidad y la occidentalización de la isla, tema que directa o indirectamente suele estar presente en sus películas.

Entre los filmes de Ozu que he visto y disfrutado siempre, elijo por sobre todos Banshun, Primavera tardía, de 1949, rodado en blanco y negro, y que cuenta la historia de Noriko, una mujer joven que vive con su padre viudo. Todos la instan a casarse, pero ella no quiere dejar solo a su papá, pues siente que la necesita. Con unos planos largos y unas composiciones visuales espléndidas, la historia se va desarrollando mientras todos tratan de convencerla de cambiar de estado, a lo que Noriko se resiste con todas sus fuerzas, está contenta con la vida que lleva, con su trabajo y con la compañía de su padre. Un ritmo delicioso, una fotografía impecable, unas imágenes que se quedan impregnadas en la memoria, como fotos estáticas, son los elementos más significativos de la cinta, una de las más hermosas que he visto en la vida.

Los dejo con un segmento de la película, cuando Noriko y su padre están viendo una representación de teatro Noh: