Día 26. Una película donde actúe tu amor platónico

El cine me ha proporcionado varios amores platónicos, de diferentes épocas y estilos. El primero que recuerdo, y que se mantiene vivo, empezó en la televisión, con 21 Jump Street, y continuó a lo largo de su filmografía maravillosa, entre la que se destaca Dead Man; se trata, por supuesto, de Johnny Depp. El siguiente en la lista, y que hoy en día no entiendo muy bien, fue Kiefer Sutherland, a partir de dos películas: The Lost Boys y sobre todo Flatliners. Incluso empecé una carta, pero nunca prosperó ese romance. Luego vinieron los fantasmas del pasado: por un lado, mi romance platónico más largo e intenso, el que pobló mi habitación de adolescente y me dio la hora por muchos años (claro, era la imagen de mi reloj) fue James Dean, del que vi muchas veces Rebelde sin causa y Al Este del Edén. Cuando por fin superé su muerte, lo cambié por el francés más bello que ha existido: Alain Delon, al verlo en A pleno sol, El samurái y El rolls royce amarillo, entre otras. Luego quedé fascinada por uno anterior a él, y del otro lado del charco una vez más: Cary Grant, con Una sorprendente aventura, La fiera de mi niña e Historia de Filadelfia a la cabeza. Y volviendo al presente, el que me mueve el piso cada que aparece en la pantalla hoy en día, es Mark Ruffalo.

Como sólo he de hablar de un amor platónico y una película, elijo a este último y uno de los filmes que más me han conmovido en la última década: Mi vida sin mí (My Life Without Me) de Isabel Coixet, donde Ruffalo sale especialmente atractivo y en un papel que me encanta.

El filme cuenta la compleja historia de Ann -interpretada magistralmente, para mí, por Sarah Polley-, quien a los 23 años, casada hace cinco con su novio del colegio -el también guapísimo Scott Speedman-, con el que tiene ya dos encantadoras hijitas, con una vida tirando a miserable, es diagnosticada de un cáncer terminal y decide planear la vida de los que ama cuando ella ya no esté, además de hacer una lista de las cosas que quiere hacer antes de morir.

Uno de los temas que se plantea, no el más importante, y tampoco porque no ame a su marido, es tener una aventura. Y elige para ello a Lee -mi deseado Ruffalo- con quien tiene una historia dulce y llena de pasión a la vez, que aunque espera que no sea trascendente tiene mucho más valor del que creyó.

Contada con una sensibilidad sin igual, la trama está cargada de silencios que se intercalan con diálogos sencillos y atinados, en los que An se devela como una mujer mucho más interesante y apasionada de lo que ella misma se creyó hasta el momento. La dirección de arte, la fotografía, la música, todo se conjuga de manera que la complejidad de la vida de la protagonista se traslade al relato, en vez de permanecer solo en el argumento, como suele suceder en una de las directoras de cine españolas más interesantes y reveladoras.