Día 9. Una película triste que te alegro la vida

La verdad, lloro en casi todas las películas, con que den el mínimo pie, y mientras sea aceptable, el cine siempre alegra mi vida. Ya la nombré en un reto anterior hecho en Facebook, pero no puedo de volver a pensar en la misma película, que me saca lágrimas cada que la veo, a la vez que me hace muy, muy feliz por su hermosura. Se trata, nada más ni nada menos, de Paris, Texas, de Wim Wenders.

No siempre fue así. En mi época universitaria, cuando cursaba cuanto curso de cine se me atravesaba, veía todavía más películas que ahora (en ese entonces, unas diez a la semana, hoy en día seis o siete, si tengo suerte), pero lo hacía con cabeza fría. Las diseccionaba, miraba cada plano, la calidad fotografía, la manera de montar las imágenes, la dirección de arte, la composición, el uso del color, en fin, todos los aspectos técnicos y artísticos, pero lo hacía tan «científicamente» que el disfrute era puramente intelectual, aunque no por eso menos intenso.

Y resulta que un día fui al MAM (en ese entonces sin el Bo final), a ver por tercera vez esa maravillosa película. No es que ya me la supiera de memoria, pero ya tenía que prestar menos atención a todo eso, y de pronto me metí emocionalmente  en la historia y me emperré a llorar, de tal modo que mis vecinos de silla creyeron que algo más me pasaba. No podía detener los sollozos. Sufría por Travis, en su doloroso redespertar a la vida, por Hunter y su compleja historia, por Jane, por su hermosura tan desgraciada, por Anne, tan apegada al niño que ha de dejar ir, pero también por sus colores vibrantes, por lo seco del desierto y por la belleza de suéteres de angora de Jane, por la música de Ry Cooder, la fotografía de Robby Müller y, sobre todo, por la enorme, inconmesurable sensibilidad de Wenders.

Lágrimas, pues, a la vez de tristeza y de dicha, de plenitud total, de gozo y de angustia… que reviven cada que la vuelvo a ver. Hace pocas semanas la compartí con las personas que más quiero, y creo que la disfrutaron casi tanto como yo… ¿qué más puedo pedir?